Con la espectacular imagen que abre este texto, extraída de la pintura La caza del tigre, de Rubens (1577-1640), muestro a continuación tres poemas que he leído y releído durante los últimos años.
Jorge Luis Borges (1899-1986), a quien tantas veces he mencionado ya de una manera u otra en numerosas publicaciones de esta página, fue perdiendo la vista poco a poco a lo largo de su vida, hasta que, en 1955, quedó definitivamente ciego. Jamás se lamentó demasiado de dicha ceguera; hablaba sobre ella a menudo y la aprovechó para crear textos impresionantes. A mí, personalmente, no hay ningún escritor en el mundo que logre transmitirme con sus versos tantas sensaciones como lo hace Borges. El primer poema que expongo, y que se sale de la temática de los otros dos que luego mostraré, es un soneto suyo que habla precisamente sobre su ceguera y se titula On his blindness; aparece en su libro Los conjurados (1985).
Al cabo de los años me rodea
una terca neblina luminosa
que reduce las cosas a una cosa
sin forma ni color. Casi a una idea.
La vasta noche elemental y el día
lleno de gente son esa neblina
de luz dudosa y fiel que no declina
y que acecha en el alba. Yo querría
ver una cara alguna vez. Ignoro
la inexplorada enciclopedia, el goce
de libros que mi mano reconoce,
las altas aves y las lunas de oro.
A los otros les queda el universo;
a mi penumbra, el hábito del verso.
En una de las conferencias de su libro Siete noches, el escritor argentino aseguraba que el único color que lograba percibir tenuemente era el amarillo. En esa misma charla recordó cómo, de pequeño, quedaba obnubilado ante el pelaje de los tigres cuando visitaba las jaulas del zoológico. De hecho, en 1972 publicó un libro de poesía titulado El oro de los tigres y, en el poema que lo cierra, de título homónimo, el autor hablaba precisamente sobre su ceguera y ese lejano recuerdo. He preferido omitir aquí aquel poema y algunos otros dedicados a la figura de dicho animal. Por el contrario, muestro este otro texto breve más personal, más sensible (extraído de Historia de la noche, 1977), en el que menciona directamente a su hermana Norah.
El tigre
Iba y venía, delicado y fatal, cargado de infinita energía, del otro lado de los firmes barrotes y todos lo mirábamos. Era el tigre de esa mañana, en Palermo, y el tigre del Oriente y el tigre de Blake y de Hugo y Shere Khan, y los tigres que fueron y que serán y asimismo el tigre arquetipo, ya que el individuo, en su caso, es toda la especie. Pensamos que era sanguinario y hermoso. Norah, una niña, dijo: Está hecho para el amor.
En el poema que he citado antes, El oro de los tigres, Borges menciona a su vez el tigre de William Blake (1757-1827). En estos otros versos, el animal es una fuerza cósmica, explosiva, que se enciende de luz en los bosques de la noche. Muestro el poema en versión original y, a posteriori, una traducción al castellano.
The Tyger
William Blake
Tyger Tyger, burning bright,
In the forests of the night;
What immortal hand or eye,
Could frame thy fearful symmetry?
In what distant deeps or skies.
Burnt the fire of thine eyes?
On what wings dare he aspire?
What the hand, dare seize the fire?
And what shoulder, & what art,
Could twist the sinews of thy heart?
And when thy heart began to beat,
What dread hand? & what dread feet?
What the hammer? what the chain,
In what furnace was thy brain?
What the anvil? what dread grasp,
Dare its deadly terrors clasp?
When the stars threw down their spears
And water’d heaven with their tears:
Did he smile his work to see?
Did he who made the Lamb make thee?
Tyger Tyger burning bright,
In the forests of the night:
What immortal hand or eye,
Dare frame thy fearful symmetry?

El Tigre
William Blake
Tigre, tigre, brillo ardiente
en las selvas de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo forjar tu terrible simetría?
¿En qué distantes abismos o cielos
ardió el fuego de tus ojos?
¿En qué alas atrevidas te elevaste?
¿Qué atrevida mano apresó el fuego?
¿Y qué hombro y qué arte
pudo torcer las fibras de tu corazón?
Y cuando tu corazón comenzaba a latir,
¿con qué mano temerosa y con qué pie?
¿Qué martillo, qué cadena,
en qué horno fue tu mente?
¿En qué yunque? ¿Qué medrada opresión
osa estrechar el terror más implacable?
Cuando arrojaron sus lanzas las estrellas
y las aguas del cielo con sus lágrimas,
al mirar Su trabajo, ¿Él sonrió?
Él, que hizo al Cordero, ¿te hizo a ti?
Tigre, tigre, brillo ardiente
en las selvas de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó forjar tu terrible simetría?
