Además del precioso prólogo que elaboró Beatriz Villarino para mi libro, yo mismo redacté una nota de dos páginas en la que explico los motivos que me llevaron a escribir este poemario sobre los campos de exterminio nazis. A continuación puedes leer dicho texto.
También puedes echar un vistazo a las maravillosas críticas literarias que realizaron mis amigos de El Yunque Literario pinchando aquí (Blog Aurisecular) y aquí (Yunque Literario).
En el 2020 se cumplieron 75 años de la liberación de la dictadura nazi. Llevaba un tiempo rondándome la idea de escribir un poemario sobre los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. El culpable de ello es sin duda mi añorado y querido abuelo Theo, de nacionalidad neerlandesa. Recuerdo bien algunas de sus experiencias personales de la infancia durante la guerra, como cuando por ejemplo me contaba que jugar en la calle entre tanques destrozados se había convertido para él en algo natural. En una ocasión llegó a relatarme cómo un jovencísimo soldado nazi los apuntó a él y a sus amigos con un arma. Un vecino de la zona no dudó en encararse con el alemán y amenazarlo si volvía a levantar una metralleta contra unos niños. El soldado, amedrentado, agachó la cabeza y se marchó del lugar sin volver la vista atrás.
No sé cuántas veces exactamente mi abuelo me llevaría, de pequeño, al Museo de Guerra de Overloon, pero sí sé que fueron muchas. Allí pasábamos el día viendo todo tipo de vehículos bélicos originales y contemplando crudas imágenes sobre los campos de concentración nazis. Ante aquellas escenas trágicas, yo lo miraba ocasionalmente en silencio y veía cómo sacudía la cabeza con un gesto de negación, empatizando sin duda con el sufrimiento extraordinario de aquellas víctimas.
Cuando nos marchábamos del museo, siempre nos dirigíamos luego a Ysselsteyn, unos 15 kilómetros más al sur, para visitar un cementerio de guerra alemán. La imagen de aquel lugar es desoladora: desde la entrada, literalmente, la vista no alcanza a contemplar la última fila de las casi 32.000 cruces grises que llenan el camposanto. A pesar de que la mayoría de los allí enterrados son nazis, no puede apreciarse ni una sola esvástica ni ningún otro símbolo nacionalsocialista, y en el recinto rige el más absoluto respeto por los allí presentes. Siendo un niño, yo acosaba a mi abuelo con preguntas sobre aquellas tumbas, pues no entendía por qué motivo, si esos hombres eran «los malos», merecían tantos honores. Jamás le oí soltar ningún reproche hacia esos miles de soldados; lo que sí le oí decir es que no se les honraba por lo que representaban, sino porque no dejaban de ser vidas humanas desperdiciadas.
Middelburg, Países Bajos, 2023

Hola! No sé qué ocurre, pero no puedo contestarte a través de tu blog. Un abrazo
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